sábado, 9 de junio de 2012

Capitulo 37: Lo bueno se hace esperar

Capitulo anterior:

Seguro que ninguna y si acaso una vez, y porque ella tenía que guardar bien su cuartada.
-Eugenia, ¿qué insinúas?-preguntó Pablo.
-Insinúo que no entiendo por qué te fuiste sin más, solo dejando una maldita nota y para colmo, todos estos años que llevas fuera no llamaste ni una sola vez; mamá y yo tuvimos que mover cielo y tierra para contactar contigo y contarte que papá había muerto.
-Eugenia, se que me equivoque yéndome de esa forma y siendo así todos estos años, por eso he vuelto porque quiero recuperar el tiempo que perdimos.
-No, Pablo-comentó la rubia disponiéndose para irse del salón.-El tiempo que perdimos nunca lo vamos a recuperar.
Esas fueron las últimas palabras que mantuvo Eugenia con su hermano en aquella tarde.
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El día se le estaba haciendo eterno a Eugenia. Deseaba que llegase la noche, pero aún faltaba para eso. Tumbada en su cama solo sabía pensar y pensar en lo que había hablado con su hermano y tratar de sacar alguna conclusión sobre lo que Sol tenía en Londres; ya que se fiaba poco de ella.
Así siguió hasta que dieron las nueve y media de la noche, y escuchó la puerta principal abriéndose. La rubia rápidamente se levantó de su cama y lentamente abrió la puerta de su cuarto al escuchar el grito de sorpresa de su madre al ver a Pablo y a Sol en el salón, viendo la televisión. Eugenia salió de su cuarto y se sentó en la parte de arriba de las escaleras para escuchar de lo que hablaban su madre y su hermano. A los minutos, la rubia al encontrar la conversación muy animada, se levantó de las escaleras y volvió a su habitación; sin entender por qué su madre se comportaba tan amablemente con Pablo a pesar de todo lo que había sucedido.
La rubia para despejarse decidió ir a ducharse. Al salir de la ducha, fue a su cuarto a vestirse. Se puso la ropa interior y empezó a buscar un pijama de verano que estuviese limpio en su maleta, que aún no había abierto en toda la tarde. Rebuscó entre la ropa, pero se detuvo al sentir unos brazos rodeando su cuerpo por detrás y apretándola con fuerza.
-¿Cómo está mi Julieta?-Peter le susurró al oído después de darle un beso en el hombro.
-Ahora que ha llegado mi Romeo, mucho mejor-contestó la rubia.
-Me alegra ser la causa de tu felicidad, Julieta-comentó el muchacho, soltándola para que la rubia se diese la vuelta para que se mirasen a los ojos.
-Peter, no es que no me guste que me llames Julieta pero no quiero acabar como ellos. Él envenenándose porque cree que ella está muerta y ella clavándose un cuchillo al verlo morir envenenado. Demasiado trágico-dijo Eugenia acariciándole la mejilla al muchacho.
-Tranquila, eso no pasará-hizo una pausa.-Pero prométeme que si piensas tomarte un veneno que te anule los signos vitales por unas horas, me avisarás tú misma.
-Te lo prometo-dijo ella con una sonrisa en la cara.-Pero por si acaso, prométeme que si me ves sin signos vitales, no te envenenarás.
Peter se quedó callado, mirándola fijamente con una sonrisa en la cara.
-Prométemelo-insistió Eugenia, al ver que el muchacho no decía nada.
Él lentamente llevó su mano a la mejilla de la rubia, y se la acaricio con la yema del dedo pulgar.
-No puedo prometer algo que no cumpliré-y antes de que Eugenia pudiese decir nada, la besó con dulzura.
La muchacha tardó unos segundos en reaccionar, un escalofrío había recorrido todo su cuerpo al oír las palabras del chico.
“Peter está dispuesto a….si yo muriese”-pensó Eugenia.
Cuando separaron sus labios, la muchacha lo abrazó con fuerza y  le susurró al oído:
-Te quiero.
-¿Que tú me qué?-preguntó Peter queriendo volver a escucharlo con una sonrisa en la cara.
-Te quiero-hizo una pausa.-…como a nadie.
-Yo también te quiero-dijo él antes de volver a besarla.
Ambos se siguieron besando, lentamente se acercaron a la cama y poco a poco se tumbaron sobre ella uno encima del otro sin separar ni en tan solo un segundo los labios. Peter se encontraba encima de ella, y lentamente deslizo sus labios por el cuello de Eugenia, dándole dulces besos y acaricias. Tras eso, le deslizo el tirante del sujetador por el hombro y en ese instante la rubia se dio cuenta de lo que estaba pasando y empezó a ponerse nerviosa. La respiración de Eugenia empezó a agitarse, Peter al notarlo, se detuvo, la miro y le preguntó:
-¿Estas bien?-ella le sonrió y le asintió.-Si quieres podemos dejarlo…
-¡Ssshh!-lo interrumpió.-No te preocupes.-dijo Eugenia que seguidamente lo besó.
Peter le siguió el beso mientras le deslizaba por el hombro el otro tirante del sujetador. El muchacho buscó el cierre del sostén mientras la besaba, lo desabrochó y cuando estaba apunto de quitárselo, algo lo detuvo.
-¡Aiba! Lo siento-dijo Darío apareciendo por el balcón.-No sabía que…
Eugenia se abrochó el sujetador rápidamente y Peter se levantó de encima mientras decía:
-¡Dios! Darío, ¿qué haces aquí?-le preguntó su hermano.- ¿Tienes un radar o algo que te avisa el momento idóneo para aparecer para interrumpir?
-Eso parece, hermanito-empezó a reírse.-Pero, bueno, yo solo venía a avisarte que mamá nos esta llamando para ir a cenar.
-Vale, muchas gracias por avisarme.
-No, de nada. Pero ¿qué le digo? ¿Qué ya vienes a cenar o que ya tienes tu cena?-preguntó Darío con doble intención.
-No le digas nada-contestó Peter, tratando de que su hermano se fuese.
-Como quieras. Que aproveche-comentó Darío marchándose.
Peter fue hacia el balcón para comprobar que su hermano se había ido, cerró la puerta de cristal y echó las cortinas.
-Mi hermano y sus ironías-comentó sentándose en la cama, al lado de Eugenia.
-Creo que deberías ir a cenar ¿no?-le sugirió levantándose para coger el pijama.
-Como le tendría que haber dicho a mi hermano…-dijo Peter tirando de ella hacia él.-…ya tengo mi propia cena.
-Suena muy tentador-dijo ella sonriendo y sentándose sobre las piernas del muchacho con las rodillas apoyadas en la cama una a cada lado del cuerpo de Peter.
Eugenia rodeo el cuello del muchacho con sus brazos y cuando estaba apunto de besarlo, alguien llamo a la puerta.
-Euge, ¿puedo pasar?-preguntó Pablo desde el otro lado de la puerta de madera.
-No, vete-contestó Eugenia enfadada.
-Vamos, hermanita…-insistió el morocho de fuera.
-¿Por qué no quieres hablar con él?-preguntó Peter en voz baja.
-Porque es tonto; esta tarde hemos discutido.
-Bueno, pues ahora habla con él y arréglalo.
-No,  no quiero. Me apetece más continuar con lo que estábamos haciendo.
-Y a mi, pero no estaré tranquilo hasta que no lo arregles con tu hermano. ¡Venga, hazlo por mi!-hizo una pausa.-Además, lo bueno se hace esperar o eso dicen-le sonrió y le guiño el ojo.

Tiempo más tarde, estaban Eugenia y Pablo en la habitación de la rubia hablando de lo que había pasado en aquel tiempo en que se había marchado y en concreto en aquella tarde donde los hermanos habían discutido mientras que Peter estaba en su casa cenando con su familia.
-Pablo, no quiero discutir contigo-decía Eugenia.-Pero me molestó cuando te fuiste, me molesta ahora y me molestará en un futuro que te fueras por culpa de Sol.
-No fue por su culpa, ya te comenté que quería vivir en mi propia casa porque ya era bastante mayorcito y también quería cambiar de aire; y por eso decidí irme fuera del país. La gran equivocación que cometí fue irme sin avisaros, solo con una nota y luego pasarme todos estos años sin llamaros, el problema es que tenía miedo de que al llamaros me rechazarais por irme sin más.
-Nunca, Pablo. Al contrario. Yo hubiese cogido el teléfono y hubiese hablado contigo como si nada.
-Bueno, Euge, tú eras muy pequeña, en ti lo comprendo pero en papá y en mamá, no.
-Ellos te echaban de menos, más de lo que puedas imaginar. Incluso papá en su último viaje de negocios viajó a Londres y te buscó; pero no consiguió encontrarte.
-¿En serio?-preguntó Pablo con los ojos llorosos.
Eugenia asintió mirándolo y sin dudar lo abrazó con fuerzas.
-Y estoy segura, de que si ahora mismo estuviese vivo, te recibiría igual mejor que como te recibió mamá-hizo una pausa.-Por mucho que hagamos creo que papá, si estuviese vivo, y mamá nos querrán como el primer día.
Pablo no dijo nada más, suspiró cabizbajo.

Continuará.

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