domingo, 12 de febrero de 2012

Capitulo 1: Todo tiene su principio




E
sta historia comienza con un día que marcaría la vida de dos jóvenes, Eugenia y Peter. Eugenia era una muchacha que rondaba los 17 años de edad, su estatura era media. Su piel era blanca como la nieve y suave. Tenía el pelo de color rubio caramelo y largo, que le llegaba hasta la cintura; sus ojos eran verdes y tanto su boca como su nariz eran proporcionales a la figura de su cara. Tendía a llorar con facilidad por cualquiera cosa. Era tímida, le costaba relacionarse con los demás, amable y muy simpática. Solía tener un carácter mas bien suave pero no soportaba que le llevasen la contraria, si lo hacían protestaba sin parar. Era algo que la hacia un poco difícil de tratar, por eso solo tenía una verdadera amiga, Candela Rinaldi. Candela era una chica muy cariñosa, responsable y muy buena persona. Era alta, más o menos de la misma altura que su amiga, morena de pelo marrón oscuro ondulado y largo, y sus ojos eran marrones oscuros. Candela vivía con su madre, y tenía un hermano de 20 años que había ido a Inglaterra a estudiar periodismo.
Eugenia vivía con sus padres, María José (44) y Germán (45), eran unas personas muy entrañables, que mimaban a su hija en lo que podían. Eugenia tenía un hermano de 26 años del que no sabía nada desde que se había ido a vivir con Sol, la novia, y no había vuelto a dar señales. Ella lo echaba de menos, pero no expresaba ese sentimiento, lo que hacía cada vez que sus padres o cualquier persona tocaban el tema, era irse de la habitación en la que se encontraba o cambiar rápidamente de asunto. Odiaba admitir que lo echaba de menos, porque cada vez que lo admitía, en su soledad, por sus verdosos ojos brotaban lágrimas sin parar.
Su casa era muy peculiar, antiguamente había sido una mansión enorme, pero con el tiempo fue dividida por las agencias inmobiliarias, porque así ganarían más dinero al vender dos casas en vez de una. La habitación principal era la única instalación en la que se había construido una pared en la mitad para dividir la casa. En parte de esta habitación, era donde dormía Eugenia, al otro lado no dormía nadie o por lo menos hasta aquel entonces. El cuarto contaba con un balcón, que fue dividido con un muro de medio metro y una placa de plástico muy mal hecha. Mientras que el jardín, había sido dividido por una verja de metro y medio, de muy mala forma ya que las agencias se negaban a gastar mucho dinero dividiendo aquella mansión.
La primera vez que Eugenia se enamoró, había sido de un niño con el que pasó tan solo un día pero la había hecho realmente feliz el tiempo que pasó con él. Todo se remontaba a cuando tenía siete años. Ella iba caminando tranquilamente por la calle con una piedra color rosado en la mano muy bonita que se había encontrado en el suelo, hasta que un chico se tropezó con ella y la piedra se cayó entre la hierba. Ambos estuvieron buscándola horas y horas hasta que empezó a llover y se refugiaron en un edificio abandonado. Al día siguiente, Eugenia se encontró al pie de su puerta un trozo de la piedra rosada y una carta, en la cual decía que el muchachito la había buscado toda la noche hasta que la encontró, pero estaba rota; así que había decidido quedarse él con una mitad y devolverle a Eugenia la otra parte para que así ambos se acordasen de ese día para siempre. Eugenia guardó ese trozo de piedra como un tesoro dentro de su relicario.
Con frecuencia Eugenia en los fines de semana, solía tumbarse sobre su césped a leer algún libro emocionante que cogía prestado cada viernes de la biblioteca de su instituto; y aquel domingo, no iba a ser la excepción. Su madre llevaba minutos llamándola para que fuera a comer, pero ella se sumía en el libro, y era casi imposible sacarla de él.
-¡Eugenia!-volvió a llamarla su madre empezando a enfadarse.
Tras esto, ella se levantó rápidamente dejando, sobre el césped, el libro de aventuras y acudió a la cocina, donde estaba su madre. Al entrar y oler la comida que le habían preparado, no tardó en decir:
-Mmm… ¡que bien huele! Gracias, mamá.
-De nada, hija. Ya sabes lo que tienes qué hacer. Más tarde que no se te olvide tender la ropa que esta en la lavadora porque con el tiempo que hace, que si llueve, que si no llueve; hay mucha ropa que limpiar y tender, y eso que tu padre no esta-comentó la madre, dándole un beso en la cabeza y marchándose.-Adiós, hasta la noche.
-Adiós, te quiero.
Como de costumbre la madre todas las tardes a la misma hora salía a trabajar y Eugenia se quedaba sola en casa, algo totalmente aburrido para ella. No tenía nada que hacer, los deberes ya los había hecho el día anterior y la única verdadera amiga que tenía, es decir, Candela, se pasaba el sábado y el domingo con la familia. Las únicas opciones que se le pasaban por la cabeza para hacer, era seguir leyendo o estar en el ordenador. En ese día la idea que más le apetecía era leer.
Cuando terminó de comer, recogió la mesa, dejó los platos en el fregadero y se dirigió al jardín. Para ello tenía que atravesar su salón, y abrir la puerta corredera de cristal que daba al jardín. Cuando estaba cerca de la puerta, escuchó una voz que no le era familiar. De inmediato volvió a la cocina, y cogió un rodillo. Lentamente, con mucho miedo, fue hasta la puerta de cristal que separaba el salón del jardín y en un abrir y cerrar de ojos se abalanzaba sobre un muchacho dejándolo inconsciente.
-¡Dios, lo he matado!-dijo muy asustada.
En ese momento se escuchó unos gritos de una señora que llamaba a su hijo:
-¡Peter ¿dónde te has metido?!
Eugenia, nerviosa, fue tirando de él hasta meterlo en su casa y se decía para sí misma:
-¡¡Dios, Dios, cómo lo haya matado…!!
Lo tumbó a toda prisa en el sofá y salió a fuera como si nada. La mujer que llamaba a su hijo estaba en el jardín de la casa vecina y pudo ver a la joven sentándose en el césped con naturalidad, ya que la verja que separaba las casas apenas media metro y medio.
-Perdona, eh… Eugenia ¿verdad?-preguntó la señora.
Ella levantó la cabeza y se quedó callada contemplando a la mujer, finalmente contestó:
-Si. ¿Usted de que me conoce?
-Lo primero tutéame, que aun estoy en la juventud de la vida -sonrió.-Y te conozco porque eres la hija de María José, una gran amiga mía.
-Ah… encantada, ¿te acabas de mudar a esta casa?
-Si, así que desde ahora vamos a ser vecinas-le sonrió.-Bueno, si me disculpas tengo que irme. Luego por la tarde me pasaré a visitaros-dijo sonriendo antes de dar un paso para marcharse, para luego retroceder.- ¡Ui! Se me olvidaba. Por casualidad ¿no habrás visto a mi hijo? Tiene la misma edad que tú y se llama Peter- Eugenia se iba poniendo cada vez más nerviosa mediante que la mujer pronunciaba las palabras.- Es moreno, ojos marrones…
-Eh… no, no.
-Ah, bueno. Entonces nada, si lo ves dile que le estoy buscando para que me ayude a desempaquetar las cajas. Adiós y encantada de volver a verte.-dijo yéndose por el mismo lugar que había venido.
-Esta bien, adiós.
Eugenia se levantó del césped, y esperó a perder de vista a la señora, para poder desesperarse. Se llevó las manos a la cabeza, y empezó a pensar qué hacer, qué decir, cómo librarse del cuerpo. Pensaba en lo peor. Apresurada se metió en la casa, pero se asustó aun más, al ver que el chico no estaba en el sofá donde ella lo había dejado.
-¡No!-exclamó sorprendida.-No lo he matado-una gran sonrisa se dibujó en su cara. Iba a empezar a saltar de alegría, pero al momento cayó en la cuenta.- ¡No, seguro que ahora mismo le estará contando a su madre que lo he querido matar! Pero no eh, no ha sido así, ha sido sin querer.-se decía así misma.
-Tranquila, no soy un chivato,- dijo el muchacho apoyado en la pared con la mano en la cabeza. Ella lo miró asustada- y oye ¿con qué me has golpeado en la cabeza?
Eugenia no dijo nada, solo lo contempló durante unos minutos, el chico algo incomodo, dijo:
-¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?
-¿Qué, cómo, quién y por qué?
-¿Eh?
-¿Que hacías entrando en mi casa? ¿Cómo has entrado? ¿Quien te dio permiso para entrar? ¿Por qué has entrado? Y ¿Quién eres?
-Vaya… cuantas preguntas-sonrió.-Para contestarlas me llevará su tiempo, así que pongámonos cómodos-dijo sentándose en el sofá.
-¿Qué? Pero chaval ¿quién te crees que eres para entrar en mi casa sin llamar?
-Bueno, tranquilízate, no te alteres; solo entre porque me dijo mi madre que tenía una vecina de mi misma edad muy guapa que debía conocer…pero no la encuentro por ningún lado; ¿tú la has visto?
-No, y creo que deberías irte-dijo la muchacha tajante.
-Pero, ¿por qué? Me lo estaba pasando muy bien, me estaba divirtiendo.
-¡Vaya!-exclamó ella con sarcasmo.- ¡Qué pena!
-La verdad si, pero no te preocupes me divertiré mucho más contándole a mi madre que me has querido matar.
-¿Qué? No serás capaz.
-¿Qué no?-preguntó él levantándose del sofá-¿Quieres probarme?
-Por favor, no lo hagas-dijo ella agarrándole el brazo para detenerlo.
Los dos miraron la mano de Eugenia que sostenía el brazo del muchacho con firmeza. Ella al sentirse intimidada soltó su brazo, y miró hacia otro lado evitándole la mirada. Él sonrió.
-Si tanto insistes, me quedaré-dijo el chico.
Eugenia suspiró intentando calmarse.
-Una cosa, ¿cómo te llamas?-preguntó ella.
-¿Por qué? ¿Te interesa?-el chico levantó una ceja con una sonrisa pícara.
-En absoluto. Solo quería saber si eras ese tal Peter porque tu madre te está buscando.
-Ya lo sé, la he escuchado.
-Y bueno… ¿a qué esperas para irte?- le señaló la salida.
-Vale, vale; ya me voy y tranquila que no diré nada- se fue hacia la puerta de cristal y miró hacia atrás.-Encantado de conocerte…- se quedó callado esperando a que ella le dijese su nombre.
-¿Qué?-preguntó ella sin entender porque la miraba de aquella manera.
-¿Cómo te llamas?
-No te importa-agregó ella con indiferencia.
-Bueno... entonces adiós “no te importa”-dijo con un tono burlón-ya nos veremos.
El chico saltó la verja y se metió en su casa.

Al día siguiente, Eugenia tenía instituto y como siempre se levantaba temprano, se arreglaba y despertaba a su madre para que la llevase en coche. Cuando llegó, fue a toda prisa a buscar a su amiga; tenía que contarle lo ocurrido el día anterior. Al verla, le saludó con la mano y se aproximó a ella que estaba sentada en su pupitre haciendo los deberes que no había hecho en el fin de semana.
-¿Esta vez te has olvidado o no te dio la gana de hacer los deberes?-preguntó Eugenia reprimiéndola.
-Ninguna de las dos, no he tenido tiempo.
-¡Ah, ya! ‘No has tenido tiempo’ porque has estado todo el día muy ocupada, viendo la televisión o pegada al ordenador ¿verdad?
-A ver...cállate y déjame pensar que tengo que poner aquí.-Eugenia se rió y dejó su mochila encima de su silla, dos pupitres más adelante que el de su amiga.
-Cande, tengo algo que contarte, necesito decírselo a alguien.
-Dime-dijo Candela levantando la cabeza de su cuaderno.
-¿Te acuerdas de que te dije que ya no tenia vecinos en la casa de al lado?-Candela asintió.- Bueno pues… llegaron unos nuevos; y ¡qué nuevo! Pero eso no es lo importante, lo que importa es que este chico nuevo se metió en mi casa y…- al cabo de un rato Eugenia ya le había contado todo, con los mínimos detalles.
-¡Vaya!-exclamó Candela.
-Y es que es… guapísimo. Alto, moreno, ojos marrones intenso… ¡un bombón! Y con eso lo digo todo.-decía embobada.
-Ah… ¿y cómo se llama?
-Peter, ya te lo he dicho.-Eugenia se quedó callada un momento-Espera, eso no ha salido de tu boca.-Candela empezó a apuntar algo que estaba detrás de su amiga.
Eugenia se giró rápidamente.
-¡¿Tú?!-preguntó sorprendida.

Continuará...

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