Ambos
pasaron al lado de un camión de mudanzas y a Eugenia le extrañó mucho que
estuviese en frente de esa casa tan tarde.
-Vaya, que
gente más rara haciendo mudanzas a estas horas.
De repente a
una chica que estaba dentro del camión se le cayó una caja, que se abrió y se volaron
algunos de los papeles que había en su interior. Peter y Eugenia al verlo se
acercaron a ayudarla. Eugenia se agachó a recoger algunos que se había volado
más lejos y Peter fue a levantar la caja, al ver a la chica de cerca, dijo con
una sonrisa en la cara:
-¿Tú?
Eugenia al
escuchar a Peter decir aquello con tanto entusiasmo, miró y se le cambiaron
todos los rasgos de la cara, al darse cuenta de quién era.
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-¿Peter?-preguntó la muchacha
a la que se le había caído todos los papeles.
-Si, soy yo.
-Hola, Mariana-dijo
Eugenia acercándose con los papeles que había recogido en las manos.
-¿Qué hacéis por
aquí?-preguntó.
-Vivimos al final de esta
calle-contestó Peter.
-¿En serio? ¡Qué casualidad!
Yo desde hoy vivo aquí-apuntó a la casa que tenían ante sus ojos.
-Ni que lo digas-comentó
Peter.-Nos conocimos en la playa de
casualidad y ahora seremos vecinos.
Eugenia, ajena a la
conversación, empezó a leer lo que decía uno de los papeles de Mariana que
tenía en las manos ya que le parecía raro que alguien guardase tantos. Leyó:
“Mariana, soy tu mayor fan desde que te vi…”. No pudo continuar porque la
morena de pelo largo le quito los papeles de la mano.
-Gracias por cogerlos.
-No, de nada-comentó
Eugenia.
“¿Fan?”-pensó la rubia
extrañada.-“¡Qué raro!”
Al día siguiente, a las
siete de la mañana Eugenia estaba en planta. Era el día en que volvía al
instituto, otra vez a la rutina de siempre y aunque a su madre le había costado
levantarla, lo había conseguido a su hora. La rubia se vistió y bajó a
desayunar. Al entrar en la cocina vio a su hermano y a su madre sentados en la
mesa desayunando mientras charlaban. Los saludo con la mano y se preparó un bol
de cereales. Se sentó en la mesa y empezó a desayunar tranquilamente.
-Ya estoy lista-dijo Sol
entrando en la cocina muy bien vestida.
-¡Vaya! Estás
preciosa-dijo Pablo antes de darle un beso.
-¿Lista para qué?-Eugenia
no pudo evitar preguntar.
-Para ir a buscar
trabajo-contestó Pablo.
-¿Trabajo?-preguntó
asombrada.- ¿No vais a volver a Londres?
-No, vamos a intentar
quedarnos una temporada por aquí. A ver que tal nos va.
-¡Genial!-exclamó
Eugenia.-Al fin voy a poder pasar tiempo contigo.
La rubia se levantó y le
dio un abrazó a su hermano.
-Me parece precioso el
momento, pero Eugenia date prisa que vas a llegar tarde el primer día-le
advirtió su madre.
En ese momento sonó el
timbre y la rubia gritó:
-¡Voy yo!
Eugenia fue abrir y allí
estaban los dos hermanos, que junto a ella fueron caminando al instituto como lo
solían hacer. Cuando llegaron, Eugenia buscó a su amiga Candela y la encontró
charlando con Luca y unos amigos más. Se acercaron y saludaron a todos.
Candela miró su reloj y
vio que faltaba aún diez minutos para que sonase el timbre de entrada y
abrieran las puertas. Eugenia tenía la cabeza apoyada en la verja con los ojos
cerrados; tenía sueño. Peter al darse cuenta se acercó a ella y le dio un beso.
La rubia abrió los ojos y sonrió mientras le seguía el beso.
-¿Qué te ocurre?-preguntó
Peter al separar sus labios de los de ella.
-Tengo un poquito de
sueño-contestó ella rodeándole el cuello con sus brazos.
-Oh, quieres que te de
otro beso, a ver si así consigo quitarte el sueño, bella durmiente-comentó él
agarrándola por la cintura.
-Me encantaría.
Ambos sonrieron y se
acercaron para darse un beso, cuando estaban a punto, alguien los interrumpió:
-¡Peter! ¡Eugenia!-exclamó
una voz de una chica.
A la rubia al escuchar
aquella voz le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo. Temiendo saber quien
era, abrió lentamente los ojos y miró hacia donde estaba esa persona. Al verla,
dijo:
-Mariana, qué casualidad.
Peter se separó de Eugenia
y fue a dar dos besos a Mariana.
-No me digas que también
vas a estudiar aquí-dijo Peter después de saludarla.
-Si, ¿no es
fantástico?-preguntó Mariana con entusiasmo.
-Si, fantástico-contestó
Eugenia malhumorada por lo bajini.
Candela que había
escuchado a su amiga, se acercó a ella y le preguntó en voz baja:
-¿No te cae bien?
-¿Qué? Me cae genial-habló
con ironía.- ¿No ves? Estoy votando de felicidad porque vaya a vivir en mi
misma calle y a estudiar en mi mismo instituto.
-Vaya, te cae fenomenal
eh-hizo una pausa.-Pero, venga; cuéntame, ¿qué te ha hecho?
-Nada, no me ha hecho
nada. Pero no me gusta ni un pelo. Es muy rara, guarda una caja enorme llena de
papeles, y en uno de ellos dice que es su mayor fan o no se que.
-¿Y por eso es
rara?-preguntó Candela.
-No, en realidad pensaba
que era rara desde antes de saber que guardaba esos tipos de cajas. Es que te
juro que me suena de haberla visto en otro lado pero no recuerdo donde.
-Euge, no te hagas ideas
locas en la cabeza, anda-le aconsejó.-Será mejor que intentes conocerla, quizás
no es como aparenta ¿no crees?
Eugenia se quedó callada
mirando a su amiga; quizás Candela tuviese razón. La rubia debía conocer a
Mariana antes de juzgarla.
En aquel día los alumnos
solo iban al instituto para saber en qué clase habían caído, qué profesores
tendrían y cuál serían sus horarios para que así al día siguiente empezaran
como un día lectivo normal. Los días transcurrieron con normalidad. El inicio de
curso fue como cualquier otro, duro y con cansancio. Eugenia había caído en la
misma clase que Candela, Darío y Luca pero la habían separado de Peter, que por
mala suerte de la rubia, había caído en la misma clase que Mariana. Así que
Eugenia tendría que aprovechar los cambios de clase para estar esos minutos con
la persona que la volvía loca y para la suerte de ambos sus clases estaban la
una al lado de la otra. A la rubia no le hacía gracia que Peter y Mariana
estuviesen juntos todo el tiempo, eso más bien la horrorizaba pero tendría que
acostumbrarse y controlar esas feas ideas que le rondaban la cabeza cada vez
que estaba en clase.
Con el paso del tiempo la
relación entre Peter y Mariana fue a mejor. Eran muy buenos amigos. En clase se
sentaban uno al lado del otro y se ayudaban mutuamente. Se lo pasaban muy bien
juntos.
Así transcurrió un mes.
Faltaba un día para el cumpleaños de Peter y de Darío y Eugenia ya les había comprado
los regalos hacía semanas. Estaba deseosa de dárselos.
Era de noche, y a cada
cinco minutos la rubia miraba su reloj para ver la hora que era, porque faltaba
horas para que acabase ese día y empezara el esperado cumpleaños de su novio y
de su amigo. Eugenia deseaba que su familia se fuese de su casa y la dejara
sola, pero a cada minuto que pasaba veía que la idea de quedarse sola en casa
iba desapareciendo; y se dio cuenta más aún, cuando vio a su hermano en pijama.
Pero le vino una idea cuando su madre, sentándose en el sofá, dijo:
-Hoy no tengo ganas de
hacer nada de cenar. Así que ustedes deciden ¿a qué lugar de comida rápida
llamamos para que nos traiga la cena?
-Si quieren yo hago la
cena-sugirió Sol.
-¿Qué?-intervino la
rubia.-No, Sol. Tengo una idea mejor. ¿Qué tal si comemos fuera y…-hizo una
pausa.-…después vamos al cine?
-¿Al cine a estas
horas?-preguntó su madre.
-Si, mamá. A la sesión de
noche, a la sesión golfa. Esas son las mejores, son donde se emiten las
películas buenas.
-¡Puf! A mi no me apetece
nada-comentó Pablo.-Ya me puse el pijama y no tengo ganas de cambiarme.
-Vamos, hermanito-dijo
Eugenia poniendo cara de perrito degollado.-Así pasamos una linda noche en
familia, tomando aire fresco y paseando… ¡que hace mucho que no lo hacemos!
-Pero podemos pasar una
noche en familia en casa ¿o no?-preguntó Pablo.
-Si, pero que mejor que
mover un poco el culo. Venga, si lo estáis deseando-dijo Eugenia levantando a
su hermano del sofá.- ¡Vamos, mamá!
-Venga, Pablo-le dijo Sol
en voz baja.-Ahora que tu hermana me esta tragando y me esta tratando bien,
aprovechemos eso.
-Está bien-dijo Pablo.
“¡Bien!”-pensó Eugenia.
La rubia los empujó hacia
la puerta y los sacó fuera de casa. Ellos al ver que ella no salía, le
preguntaron:
-¿Tú no vienes?
-¿Yo?-hizo una pausa.-Es
que… me acabo de acordar que tengo deberes que hacer.
-Eugenia, mañana es
sábado.
-¿En serio?-preguntó
haciéndose la tonta.-Que idiota, no se ni en qué día vivo.
-Entonces, ¿vienes?
-¿Qué? No, es que…-se
quedó callada unos segundos.-Me acaba de entrar fiebre y tengo unas ganas
de…-hizo como que iba a vomitar.
-¿De verdad?-preguntó su
madre acercándose a su hija.-En ese caso será mejor que me quede a cuidarte.
-¡No!-exclamó Eugenia.-No
hace falta. Yo… me tomo algo y me voy a la cama; no os preocupéis. Vosotros
iros y pasároslo bien por mi-y eso fue lo último que dijo Eugenia antes de
cerrarles la puerta en la cara.
La rubia empezó a escuchar
como se iban y empezó a celebrar que había conseguido sacar a su familia de
casa pero al momento fue interrumpida porque llamaron al timbre.
-¡Mierda!-exclamó.-No se
van.
Eugenia abrió la puerta y
vio a su hermano.
-¿Qué pasa?-se apresuró a
preguntar.
-Estoy en pijama, voy a
cambiarme.
-¡Oh, claro!
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